Buenas noches,
la entrada de hoy hubiera preferido no tenerla que escribir nunca, pero hay días en los que la vida decide darte un duro golpe y arrebatarte lo que más quieres sin que esté en tus manos el poder evitarlo. Sí, para cada uno la suya es la mejor, así que no voy a andar discutiendo si la mía lo era más o menos que la vuestra, pero sí puedo deciros que mi abuela se codeaba con las mejores de todas. Si tuviera que describirla en dos palabras... quizá escogería entrega y dedicación, aunque bien os digo que podría daros perfectamente decenas de adjetivos más que la definirían tal como ella era.
Siempre estaba dispuesta a darlo todo por los demás, y yo, que durante 5 años fui su único nieto, siempre tuve un trato especial por su parte. Tengo tantísimos recuerdos con ella, que desde aquí la digo que estoy bien orgulloso de haber sido su nieto. No olvidaré las tardes que pasábamos juntos en la huerta, ni los paseos que nos dábamos después de comer por La Ronda de Valladolid, ni la paciencia que tenía cada día de pararse conmigo a buscar tréboles de 4 hojas aunque la búsqueda fuera normalmente en vano.
No la daba pereza hacer nada, su vitalidad parecía no tener fin. A pesar de estar distanciados unos 700Km si tenía que venirse en tren conmigo o con mis hermanas lo hacía de mil amores. En parte también ayudaba su cabezonería y lo testaruda que llegaba a ser. Si ella decía que podía con algo, aunque no pudiera, ahí la veías, intentándolo con todas sus fuerzas salirse con la suya. Para que veáis cómo era os contaré una anécdota:
- Un día estaba mi padre sacando el coche del párking, y ella decidió quedarse en la puerta esperando a que su hijo saliera. La puerta empezó a cerrarse, pues bien, como es sabido, la tecnología y las personas mayores no han ido precisamente de la mano, pues ella en vez de ponerse en medio del infrarrojo y hacer que la puerta automáticamente se abriera, no se la ocurrió otra cosa que ponerse a empujar en dirección contraria. Pues ya veías a mi abuela cogiendo aire y dando tres pasos empujando la puerta, ésta de repente volvía a avanzar un par de metros mientras el motor de cierre chirriaba del sobreesfuerzo que estaba produciendo, y otra vez, mi abuela cogía aire y a volver a abrirla a pulso. Cómo os digo... nunca se daba por vencida.
Otra de sus virtudes era la cocina, aunque de esto poco os puedo decir, porque ya sabemos que las comidas de las abuelas no serán superadas nunca por nadie. Tienen un don, una técnica especial que no sabemos cómo lo hacen pero enamoran a todos los paladares con los manjares que cocinan. Y no sé cuál será el plato predilecto de vuestras abuelas, pero de la nuestra eran sus tortillas de patata. Sí, algo tan simple y sencillo como eso, pero oye, que no he probado unas tortillas igual como las suyas en mi vida. Allá dónde fuéramos, si podíamos llevarnos una tortilla de la yaya, nos la llevábamos. ¡Y todos tan contentos y felices, y nuestras barrigas más aún!
Así que nada yaya, decirte desde aquí abajo que tus hermanos/as, hijos/as, nietos/as y demás familiares no te olvidaremos jamás. Voy a echarte mucho de menos. Y por cierto, no se me olvida que el sábado de la semana que viene, el 30, es tu cumpleaños. Que aunque no pueda estar contigo, que sepas que tengo pensado hacer un reto de los míos por ti. ¡Te queremos!